A veces, salíamos muy temprano, otras en cambio, no daba casi tiempo a dormir, entre los nervios (como quien espera la llegada de los tres reyes magos), y que sólo habían pasado unas 3 horas desde que una se metía en la cama...
No sé como conseguían sentarnos a todos en el coche. Maletas, comida..., sobre todo teniendo en cuenta que ellos, (mis padres) nunca han jugado al tetris. Ni más ni menos que nueve en total, de distinto tamaño sí, pero nueve al fin y al cabo.
Las ventanillas abiertas, el eterno fumador no necesitaba mechero (sólo para el primero de la noche), los iba sucediendo uno a uno, aprovechando el fuego que aún quedaba en la colilla anterior.
Así, de noche, dormíamos la mayoría del tiempo. Con el sonido de los programas de radio de fondo, el fresco propio de esas horas y los faros del coche iluminando casi una por una, las lineas blancas de la carretera.
Recuerdo una quema de rastrojos en una campo cerca de la carretera. En la oscuridad de la noche, entre sueños, el brillo intenso del fuego en aquella llana y extensa pradera, daban paso a un peculiar escenario.
Cuando se iba haciendo de día, no me gustaba perder ni uno sólo de los paisajes de los pueblos que íbamos recorriendo. Los desfiladeros y las vías de tren de Despeñaperros, los molinos de viento en Castilla la Mancha, ¡había un pueblo con un castillo dentro! y una carretera, una larga, recta e interminable carretera, "la carretera de los camiones" (así es como la llamábamos).
Recuerdo especialmente una "parada técnica" (no me preguntéis dónde...) Había una higuera, era un lugar fresco, en medio del caluroso verano y fué allí donde tuve mi primer encuentro con el "petit suisse" de plátano, (aunque no fuera precisamente yo a quien éste iba dirigido), ¡Qué olorcito desprendía! (los mayores de x años, tomábamos yogur clesa, con tapa de aluminio ¿os acordáis de él?)
A veces, también hacíamos un alto en el camino a la altura de Manzanares. Lugar de obligada parada, donde los agricultores del lugar, a la sombra de algún árbol, vendían dulces melones en sus furgonetas.
Otras de estas "paradas técnicas", (a las cuales tengo mucho cariño), fué un pueblo cerca de unos bosques de frescos chopos (aquí ya hablan de otra manera, decíamos), andábamos por tierras de Albacete si no me equivoco. Mi madre, bajó a comprar algo de pan y embutidos, para ir comiendo por el camino. El mejor salami, que he probado en mi vida, nunca he vuelto a probar uno igual, lonchas grandes y finas, tan jugoso que se deshacía en la boca, abrigado con ese pan de pueblo recién hecho, tan calentito y crujiente.
También compraba por la misma zona, unas tortas de manteca buenísimas, esas que tienen una capa de azúcar por arriba y una superficie hundida por los dedos de algún buen repostero.
Cuando pasábamos la señal que nos avisaba de que íbamos a entrar en la provincia de CUENCA, el paisaje cambiaba radicalmente. Extensos campos de pino ocupaban todo el horizonte, como un mar verde de distintas tonalidades. Un olor peculiar, a tierra, bosque de pinos, romero y lavanda, inundaba todos mis sentidos.
Entre canciones, saludos a los camioneros que nos seguían la pista, cosas curiosas y anécdotas, íbamos pasando hora a hora el camino. Sin embargo, eran inevitables las típicas preguntas ¿Cuanto queda? ¿Hemos llegado ya? que nuestros padres con toda la paciencia del mundo, iban sorteando entre toros "Osborne", botellas "Tio Pepe", molinos, montañas, puentes, pueblos curiosos (aquí es donde hacen las guitarras "Casasimarro", éste es el pueblo del queso "San Clemente" etc.)... muchas horas, cansancio y emoción, hasta nuestro soñado Cardenete.
Ya entramos en Paracuellos, sólo faltaba bajar una sinuosa, estrecha, y retorcida carretera rodeada de pinos, que bajaba hasta Yémeda (a veces, cruzaba los dedos para que nadie viniera de frente).
¡Al fin! allí abajo se ve el viejo y sulfuroso balneario: sigue abandonado. Justo enfrente, cruzando la carretera, nuestro oasis particular, la fuente con su pilón. Nos bajábamos, tomábamos un refrigerio y nos aseábamos y refrescábamos un poco, ya sólo quedaban tres kilómetros.
Mientras, observamos el balneario desde la fuente, dejábamos volar la imaginación: ¿de quien será? ¿porqué no lo arreglaran y dan un poco de vida a esta zona? "si me tocara la lotería ,lo arreglaríamos y tendríamos todos trabajo en él".
Por fin montamos de nuevo en el coche, solo faltan tres kilómetros. Y allí, a lo lejos, ya se ve el cartel: "CARDENETE".
Primera parada, "la granja del tío Juanjo".
(Mientras termino de escribir este borrador, no puedo evitar, algunos preciosos recuerdos y algunas lágrimas brotan de mis ojos. Gracias papá, donde quiera que estés, sé libre y feliz. Mándale un beso y un fuerte abrazo a mi hermana que tanto nos divirtió y cuidó en estos viajes, ella que nació en este maravilloso lugar...)